sábado, 8 de dezembro de 2012

Liturgia de águilas (fragmento) - Mariana Bernárdez


Muero sin morir en ti
y de tanto morir
nunca llegar a la muerte en sí

Tener sed y no encontrar el agua que sacie la lengua

Sentir temblor y no palabra que apacigüe
Buscar sin entender que el cuerpo no se rompe
que la boca es insuficiente
para limitar manos y pies que no andan
aunque mucho polvo hacia el templo hayan dejado

Sopla el viento

primera pulsación de la presencia
aire que alienta las palabras de la garganta
y del pensamiento hasta los labios

Las palabras se pronuncian entrañando gesto

brazos que tocan a través de las manos
que expresan su conmoción para llegar

pero nada tocan sino el aire

y a veces otras manos
que no son abrazo
que no son sino sólo manos
y las tuyas van perdiendo su propio movimiento
bailan en la fluencia del tacto que nada dice
por qué si hay dentro
las manos
los dedos
las uñas
olvidan el soplo del viento.

Habitarse

dentro
para no habitarse

Despeñarse

caer más adentro
porque no se puede no caer
cuando no se puede no subir

porque llevo muchos días siguiendo tu sombra

entre las hojas de los árboles
escuchando el ruido de tu aliento
desbrozar agua en canastilla
y sigo tus huellas por ese polvo que pisas
y me basta para recordar tu mirada
canto de amor de otros tiempos…

Cómo me calaba el silencio

el frío de la montaña
el aire húmedo y espeso
cuánta agua anegándose
por no diluir las frases del rostro

Lee dentro de mí…


Tras tus huellas he dejado las mías

escarpadas
y riscos en hielo derritiéndose
cuerpo pequeño para contener el latido

¿quién perseguía a quién

quién dejaba a quién?

cómo olvidar ese día

estabas a unos pasos
y yo de frente
detrás el despeñadero
la lanza en la diestra

todo era silencio


un fragmento


la lanza rebotó contra las piedras


sabor a musgo en mi boca


la lanza


ninguno había matado


comencé a escuchar tu voz en mi descenso


Palabreo


Siento el peso de la redondez

cuando digo desesperación
y sé que no debí tirar la lanza
cuando deletreo d e s e s p e r a c i ó n
y sé que no debí dejar el rastro.

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